29 agosto, 2006

Mal rollito...

Hoy he vuelto a vivir en el metro un episodio que, desgraciadamente, empieza a ser bastante habitual: dos mujeres discutiendo (una era española, la otra no, una gritaba, la otra no… y no era necesariamente en este orden) sobre si un niño podía ocupar el asiento destinado (por recomendación de las “autoridades”) a embarazadas, ancianos, etc. Bueno, en realidad ese no era el motivo real de la discusión… Podríamos decir que ese había sido el origen, el punto de partida, pero en realidad lo que se estaba discutiendo era si los españoles somos o no un atajo de racistas… Ya sabéis cómo va esto, una dice lo que piensa y la otra dice que lo piensa porque en realidad es una racista que no quiere reconocer los derechos deee… en fin, lo de siempre.
Para ser sincera, no sé - y la verdad es que me importa un carajo - cuál de ellas empezó a faltar el respeto a la otra, sólo sé que una de ellas nos lo faltó al resto de viajeros y la otra no.
Y siguiendo en esta línea de sinceridad absoluta, también diré que empiezo a estar muy harta de que cada palabra, cada distancia, cada mirada o cada gesto que hacemos sea interpretado como una muestra de intolerancia y racismo.
Estoy hasta los mismísimos! Quien me conoce sabe cómo pienso y cómo he vivido hasta ahora. ¿? No sé si esto pueda cambiar. No me gustaría porque no me parece justo, pero a veces pienso que la “buena voluntad” sólo sirve para que te golpeen dos veces, y más fuerte si cabe.
NO ME GUSTAN las personas que gritan. Ni las que buscan la bronca y el enfrentamiento. Ni las que se pasan el respeto por el forro de los cojones. Ni las que manipulan. Ni las que traicionan. Ni las que abusan. Ni las que presumen de prejuicios. Ni las que pretenden lo que no son. Ni las que se burlan de los débiles… Ni muchas más, pero no creo que dispongáis de tanto tiempo.
La buena noticia es que mi reducido pero valioso grupo de amigos no encaja en ninguna de estas categorías. La mala noticia es que cojo el metro a diario. Y cuando llego a casa por la noche, lo hago con una recarga de agresividad y de mal rollo que lo único que me apetece es salir a la ventana, armada con una docena de huevos podridos, y tirárselos uno a uno y con toda mi mala uva a la pandilla de palmeros que tenemos en la plaza cada noche.
Suerte tengo que al final del día llega Ricardo, me abraza y me olvido de todo.

1 comentario:

Amparo dijo...

A mi me gustan las personas como tú.