Nada más entrar, nuestra guía local, Kyoko, nos suelta "por 500Y, podeis hacer vuestro propio papel"...
Bueno, antes de acabar la frase, R. y yo ya habíamos levantado la mano. Anda que nos lo íbamos a perder! Por suerte, Romina, siempre tan dispuesta, tuvo a bien dejar testimonio fotográfico de todo el proceso. Para muestra...
Al acabar, mientras R. atacaba una de las máquinas de bebida, yo me perdí en la tienda tratando de decidir algunas compra. No fue fácil, me lo hubiera llevado todo!
Salimos de allí con nuestra creación bajo el brazo y con las compras que me dió tiempo a hacer, que, piensen lo que piensen los demás, fueron pocas. Subí al autobus con una sonrisa de oreja a oreja y mi bolsa de papeles bien sujeta, como quien acaba de comprar la ilusión de su vida. (ya os dije que soy feliz con muy poco)
Seguimos viaje hacia a Kanazawa en el autocar de rigor.
Kyoko había decidido darnos unas clases prácticas de "origami" (papiroflexia, pa'entendernos), a fin - supongo - de entreternos un ratillo. Nuestra primera reacción: "mira por dónde, me está entrando un sueñecito...", pero a los dos minutos ya estábamos todo el gol sur liados con los papelitos, intentando que el vaso pareciese un vaso y que el barquito pareciese un barquito...
Al momento llega Héctor (el chico-camiseta, como lo llama Amparo) y nos muestra los secretos del noble arte del origami, vaya, que nos dice cómo hacer para que no se nos hunda el barco. Risas y más risas. En la última fila, otro compañero iba dando cuenta de la botella que compró en Munich, chupito va chupito viene, con el vasito de papel... A este sí le aprovechó la clase.
En fin, llegamos a Kanazawa y junto al resto del grupo que habíamos formado desde Nikko, decidimos salir a explorar la ciudad. Objetivo: el Castillo de Kanazawa.

Después de caminar mucho, equivocarnos de autobus, alucinar un rato con el conductor por su amabilidad y no querernos cobrar... y después de reirnos una rato largo - porque a esas horas del día, entre el hambre y el cansancio, nos reíamos absolutamente de todo - llegamos al castillo. Obviamente, puertas cerradas porque ya era tarde, pero pudimos entrar al jardín, porque había una especie de festival de coros y danzas, no sabemos a cuento de qué. (información había, pero en japonés) Total, que al ladito mismo de donde vendían las entradas Quim detectó (guiado por su olfato) unos chiringuitos de comida que parecían llamarnos a gritos... Corrimos más que Alonso en su mejor día y nos pillamos unos frankfurts tamaño XXXL que todavía saboreo. Fue una cenita improvisada y fantástica, con el castillo iluminado al frente, la música tradicional de fondo y un ejército de mosquitos deborándonos. (aunque yo tengo suerte, la peor parte siempre se la lleva R.)

Al día siguiente, visitamos el jardín Kenrokuen. Hay cuatro tipo de jardines en Japón: del paraíso, de paisaje seco (el que aquí conocemos como "jardín zen"), el de té y el de paseo. El que vimos pertenece al último grupo. La verdad, fue una delicia pasear por él.

Después visitamos una de las casas Samurais de la época Edo, en el barrio Nagamachi. Muy interesante, pero nos faltó tiempo para explorar más el barrio, y el resto de la ciudad pero teníamos que tomar otro tren, esta vez hacia Kyoto.