04 septiembre, 2007

Japón IV. De papeles va la cosa.

Después de comer, nos dirigimos hacia Kanazawa... pero teníamos una parada por el camino. Este era uno de los momentos del viaje que más ilusión me hacía: visitar una fábrica de papel tradicional japonés en Gokayama.
Nada más entrar, nuestra guía local, Kyoko, nos suelta "por 500Y, podeis hacer vuestro propio papel"...
Bueno, antes de acabar la frase, R. y yo ya habíamos levantado la mano. Anda que nos lo íbamos a perder! Por suerte, Romina, siempre tan dispuesta, tuvo a bien dejar testimonio fotográfico de todo el proceso. Para muestra...

Al acabar, mientras R. atacaba una de las máquinas de bebida, yo me perdí en la tienda tratando de decidir algunas compra. No fue fácil, me lo hubiera llevado todo!
Salimos de allí con nuestra creación bajo el brazo y con las compras que me dió tiempo a hacer, que, piensen lo que piensen los demás, fueron pocas. Subí al autobus con una sonrisa de oreja a oreja y mi bolsa de papeles bien sujeta, como quien acaba de comprar la ilusión de su vida. (ya os dije que soy feliz con muy poco)

Seguimos viaje hacia a Kanazawa en el autocar de rigor.
Kyoko había decidido darnos unas clases prácticas de "origami" (papiroflexia, pa'entendernos), a fin - supongo - de entreternos un ratillo. Nuestra primera reacción: "mira por dónde, me está entrando un sueñecito...", pero a los dos minutos ya estábamos todo el gol sur liados con los papelitos, intentando que el vaso pareciese un vaso y que el barquito pareciese un barquito...
Al momento llega Héctor (el chico-camiseta, como lo llama Amparo) y nos muestra los secretos del noble arte del origami, vaya, que nos dice cómo hacer para que no se nos hunda el barco. Risas y más risas. En la última fila, otro compañero iba dando cuenta de la botella que compró en Munich, chupito va chupito viene, con el vasito de papel... A este sí le aprovechó la clase.

En fin, llegamos a Kanazawa y junto al resto del grupo que habíamos formado desde Nikko, decidimos salir a explorar la ciudad. Objetivo: el Castillo de Kanazawa.
Después de caminar mucho, equivocarnos de autobus, alucinar un rato con el conductor por su amabilidad y no querernos cobrar... y después de reirnos una rato largo - porque a esas horas del día, entre el hambre y el cansancio, nos reíamos absolutamente de todo - llegamos al castillo. Obviamente, puertas cerradas porque ya era tarde, pero pudimos entrar al jardín, porque había una especie de festival de coros y danzas, no sabemos a cuento de qué. (información había, pero en japonés) Total, que al ladito mismo de donde vendían las entradas Quim detectó (guiado por su olfato) unos chiringuitos de comida que parecían llamarnos a gritos... Corrimos más que Alonso en su mejor día y nos pillamos unos frankfurts tamaño XXXL que todavía saboreo. Fue una cenita improvisada y fantástica, con el castillo iluminado al frente, la música tradicional de fondo y un ejército de mosquitos deborándonos. (aunque yo tengo suerte, la peor parte siempre se la lleva R.)


Al día siguiente, visitamos el jardín Kenrokuen. Hay cuatro tipo de jardines en Japón: del paraíso, de paisaje seco (el que aquí conocemos como "jardín zen"), el de té y el de paseo. El que vimos pertenece al último grupo. La verdad, fue una delicia pasear por él.

Después visitamos una de las casas Samurais de la época Edo, en el barrio Nagamachi. Muy interesante, pero nos faltó tiempo para explorar más el barrio, y el resto de la ciudad pero teníamos que tomar otro tren, esta vez hacia Kyoto.

Japón, III parte.

Amanece el día en Hakone y nos encontramos con una sorpresita en la terraza del hotel, el Fuji ha salida a darnos los buenos días. Mi segundo pensamiento fue para Héctor: "le habrá perdonado?"... El primero es fácil de imaginar: "dónde está mi cámara?"... Fue bonito empezar el día con esa panorámica.
Salimos del hotel con destino a la estación de Odawara, donde tomaríamos el famoso Tren Bala hacia Nagoya, para allí cambiar y tomar otro que nos llevaría a Takayama. Estuvo bien, digo, lo del tren bala, aunque como ahora ya tenemos nuestros propios "balas" por aquí, ya no resulta tan impresionante. Pero estuvo bien. Yo diría que lo que más me impresionó fue que el tren, a pesar de la cantidad de gente que lo utiliza a diario, se mantenía limpio, no se oían gritos ni conversaciones ajenas, y además era comodísimo (bastante más que el avión en el que estuvimos 12 horas metidos). Más adelante comprobaría que esa era una constante en los trenes japoneses. Ah! y los revisores que recorren el tren, al entrar y salir de cada vagón te hacen reverencia. Ya sé que es una tontería, que allí es lo normal porque todo el mundo saluda así, pero a mí me hacía mucha gracia, qué quereis? yo soy feliz con muy poco.
Bueno va, seguimos... Llegamos a Takayama, también conocida como la "pequeña Kyoto" y situada al pie de lo que ellos llaman "los Alpes japoneses". Esta es una ciudad con mucho encanto. Estuvimos paseando toda la tarde, decubriendo rincones preciosos.
Aquí fue donde tuvimos nuestra primera desconexión del grupo.
En una de sus escapadas, Ricardo descubrió un pequeño cementerio, detrás de uno de los templos que visitamos. Él sabe que yo, cuando viajo, busco cementerios. A ver, normalmente no tengo un especial interés en visitarlos, pero cuando viajo a otro país, sobre todo si culturalmente es tan diferente al mío, me gusta ver alguno. No sé, mira, me interesa ver cómo un pueblo cuida de sus muertos. (podeis llamarme rarita, lo tengo asumido).
El caso es que cuando Ricardo lo encontró, supo que era el que yo estaba buscando. En un momento de despiste del grupo, me llevó a verlo. Era realmente un lugar muy especial. Además, la vista desde allí era magnífica.

Al bajar, habíamos perdido al grupo, y fue genial, porque tuvimos el resto de la tarde para pasear a nuestras anchas por calles en las que no había ni rastro de turismo. Sin prisas ni flashes ni agobios. Una tarde deliciosa.

Al día siguente, dimos un paseo por un mercado que montan junto al río, tipo los mercadillos de pueblo pero en japo. Me encantó. Allí compré una muñeca típica de aquella zona. La llaman Sarubobo y no tiene cara. (quién dijo frikis?)

A mediodía salimos hacia Shirakawago. Un pueblecito tranquilo (y precioso), al pie del Monte Hakusan.
Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, tiene todos los ingredientes para ser el escenario de un cuento infantil: las montañas, el río, los campos de arroz, y sus granjas, por cierto, su mayor encanto, construídas en un estilo que llaman Gassho-zukuri (manos unidas) y que a mí personalmente me recuerdan un poco, salvando las distancias, a las barracas de la albufera valenciana, pero ya he dicho que "salvando las distancias".
Tras la visita y muertos de hambre, los colegas nos metimos a comer en un antro del que no esperábamos mucho, y sin embargo comimos de narices! (me gustan estas sorpresas)

Después de comer, continuamos viaje a Kanazawa... pero eso os lo contaré mañana.