El domingo, por fin, entregamos las llaves del piso. Recogimos los últimos testigos de nuestra rutina, y dijimos adiós a un barrio en el que hemos vivido los últimos 9 años.
De allí me llevo muchos y buenos recuerdos, pero francamente… no creo que lo eche de menos.
Desde que empezó toda esta aventura, todavía no hace un año, han pasado muchas cosas, pero pocas, poquísimas, han sido reflejadas en este blog. De hecho, ahora que releo la entrada anterior, me doy cuenta de que no es muy clara.
La venta del piso ha resultado un proceso largo, y lo ha sido más en mi cabeza y en mis nervios que en el calendario. Muchos nos dicen que hemos tenido suerte de vender tan rápido, y sí, ya sabemos todos que el mercado no está para muchas alegrías, así que supongo que tienen razón, pero como tengo menos paciencia que la karateka del Vipp Express, pues a mí se me ha hecho larguísimo.
Pero ya está. Primera fase, superada!
Desde el domingo noche ya estamos viviendo en el pueblo. Mucho más cerca de nuestro futuro hogar. Me parece que Santi se va a hartar de vernos por allí…
Santi es la persona que nos construye el piso. Es un tipo fantástico. Riguroso en el trabajo y afable en lo personal. Auténtico y transparente. Santi es lo que ves, no hay dobles lecturas.
Siempre que le vamos con alguna idea… nos mira, se sonríe y, rascándose la cabeza, nos suelta “ai conxu!”… Es un tipo genial.
Santi es una de las razones por las que R. y yo pensamos que vamos por el buen camino, que lo estamos haciendo bien. Buscábamos calidad de vida, y la estamos encontrando.
Llevamos dos días solamente, y cada minuto nos reafirma en nuestra decisión.
Yo sé que habrá momentos en que echaré de menos la ciudad, pero creo que ahora la viviré más, aún sin vivir en ella.
Ayer, mientras salíamos de Barcelona con los últimos bártulos en el coche, miraba los edificios y las calles con nostalgia, como si fuera una despedida definitiva, como si esa fuera la última vez que pisaba mi ciudad. Y pensé... "qué bonita es!".